El Misterio del Oratorio

por Rolando Goyaud

El oratorio a San Francisco Solano desapareció del predio del Fortín el Gallo más rápido de lo que se tardó en construirlo.
Pareció que con su ausencia su recuerdo pronto desaparecería de las mentes de los vecinos y que se olvidaría que siquiera existió, pero feligreses y memoriosos no olvidaron a su oratorio y a través de los años, en su lento pero incesante desfile por el Museo, preguntaban lo mismo: “¿A donde fueron a parar las cosas sagradas?”.
En 1968, en el predio fiscal del que fuera el tambo del pionero Ramón Centenario Goicochea, personal del Ejército y de la Aeronáutica construyeron el oratorio a San Francisco Solano, patrono del folclore.
También se entronizó un busto del santo Ceferino Namuncurá, se construyó un templete en forma de gruta y se mezcló tierra de Ituzaingó con la de su suelo natal Chimpoy, provincia de Río Negro, traída a caballo en caravana por una comitiva integrada por un indio pampa, el escritor Máximo Aguirre, el marchero Jorge Molina Salas, paisanos del círculo criollo “El Rodeo” y vecinos tradicionalistas de Ituzaingó. Se unieron a la columna el intendente de Morón, Coronel (R) Alberto Romero Oneto y Monseñor Juan Presas, Vicario General de la Diócesis de Morón, quienes inauguraron las instalaciones. Desde entonces, el oratorio fue centro de reunión de vecinos fieles devotos.
Pero en la época de la intervención militar, el Fortín El Gallo y sus instalaciones fueron desmantelados. Se demolieron, además, el oratorio a San Francisco Solano y el templete al santo Ceferino Namuncurá. En cambio, en el predio se instaló el Hipódromo de Trote.
Las construcciones que se salvaron, fueron reacondicionadas y adecuadas al empendimiento comercial que cambió la fisonomía del lugar, introdujo un público afecto a las apuestas a las carreras de caballos de trote y selló definitivamente la existencia de los centros religiosos y tradicionalistas, que habían contribuido a la preservación de nuestra identidad.
Facundo, el hijo del paisano Jorge Molina Salas, me informó que su padre rescató entre los escombros la imagen del santo Ceferino Namuncurá y la envió a su tierra natal en Río Negro, salvándola de una segura destrucción.
Pero el oratorio pasó a ser un recuerdo anecdótico, cuyas fotografías que certifican su existencia, fueron tomadas por la folclorista vecina Marta Escalante y que pueden consultarse en el Museo de Ituzaingó, en el Archivo Histórico del Partido de Ituzaingó.
Muchos de los antiguos vecinos de los barrios aledaños que asistían al oratorio, plantean su preocupación por el destino de los objetos del sagrario que atesoraba dos vasos dorados para la celebración de las misas, los íconos de la Virgen de Luján y del patrono San Francisco Solano, la cruz de madera, el altar, los dos largos y pesados bancos también de madera y los numerosos cuadros con imágenes religiosas que colgaban de las paredes.
Para el entorno social de los vecinos, el oratorio estaba integrado a la comunidad y era parte de sus vidas. Consideraban a los objetos sagrados propiedad de los barrios San Alberto y Villa Las Naciones.
El resurgimiento del tema podrá ser esclarecedor, por lo menos para saber que están resguardados.

Testimonios
Facundo Molina Salas
Luís Walpole
Amilcar Voelkein

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